Páginas

viernes, 31 de agosto de 2012

Sueños 14


Cuando las chicas se conocieron en Piura se hicieron amigas de inmediato, Llari llegaba al colegio trasladada de Lima y la única que se había atrevido a hablarle fue Sofía. Era un colegio religioso, muy estricto y con chicas muy remilgadas. Sofía vio en Illari a la amiga que necesitaba para sobrellevar el ambiente sofocante de la alta sociedad piurana.

Cuando se permitieron conocerse, Sofía sabía que no se había equivocado, que Llari era a quien había estado buscando y viceversa. Las familias de ambas hacían negocios así que los problemas de adultos no las alcanzaban. Se pasaban los fines de semana en casa de una o de la otra, paseaban por los cultivos, jugaban con los hijos de los campesinos, para ellas las distinciones de “clases” las dejaban para otra gente, ellas habían crecido con esos chicos y, por lo tanto, eran iguales.
Pasaban los años, las chicas eran inseparables, se tapaban cosas ante sus padres, pero eso no evitaba las reprimendas entre ellas. Sofía siempre fue la más cauta, Illari hacía lo que el corazón y la curiosidad le mandaban. Se metían en problemas, pero la libraban bien. Tenían un trato, Chofi le ayudaba con todo lo relacionado al colegio y Llari le enseñaba todo lo relacionado a lo, como decirlo, divertirse.

Todo iba tan bien, tenían planeado qué iban a hacer cuando terminen el colegio, iban a estudiar juntas, iban a tener novios amigos, se iban a casar juntas y criarían a sus hijos juntas. De esos planes, en la actualidad, sólo conservaban el estudiar juntas aunque a Llari le haya sido casi impuesto.

Illari quería ser artista, su talento para cantar y actuar era innato, pero cuando se lo planteó a sus papás pegaron el grito al cielo. Sofía siempre quiso ser economista, pero le dolía que su “hermana” sufriera por no poder ser lo que quería.

Con la noticia de querer ser artista llegó el divorcio de los papás de Illari, las pugnas por su custodia fueron casi sangrientas, ellos argumentaban amor, ella se sentía como un trofeo de guerra. Era su mamá la que se quería divorciar, quería vivir fuera del país, había conocido a un hombre de negocios en uno de sus viajes. Illari no quería saber nada con irse, pero la justicia decidió por ella y un martes, por la mañana, le anunciaron que debía hacer sus maletas, el lunes siguiente partirían a Londres.

Pataleó, gritó, lloró pero no importaba, la decisión estaba tomada, ella sólo debía cumplirla. En ese instante Illari odió a sus papás, a ella por llevársela y a él por no hacer nada para impedirlo.

No la dejaban verse con Sofía –es mejor que cortes de una vez, después es más difícil –fueron las palabras de su madre ante la insistencia de la muchacha por ver a su amiga. El domingo, un día antes de irse, Llari le pidió a Sofía verse en una plaza en la que se reunían a escondidas cada vez que las castigaban, –a las 4 te voy a estar esperando –dijo rápido por teléfono y colgó.

Illari fue a la plaza nerviosa, necesitaba ver a Sofía. Eran las 4, Llari no paraba de frotarse las manos, Chofi jamás llegaba tarde, odiaba esperar y que la esperen. –5 minutos más –se decía Llari, Chofi no me va a fallar.

–Dime que estás nerviosa por el viaje y no porque pensabas que no iba a venir –dijo Sofía cruzada de brazos y levantando una ceja.

-Ay! me hiciste sufrir desgraciada, por qué demoraste?

–Mis papás hicieron un almuerzo y no podía zafar, si les decía que te vería se me armaba un chongazo, así que tuve que ver en qué momento salir –decía Sofía sentándose en una de las bancas de la plaza.

–Gracias por venir, Cho –dijo Llari con lágrimas en los ojos.
–No, tonta, no llores –se paró Sofía y la abrazó. Illari dejó salir todo lo que tenía contenido, lloraba y lloraba, el hombro de Sofía ya estaba mojado por las lágrimas de su amiga.

–No me quiero ir Chofi, te juro, no sé qué hacer, nadie me hace caso, les importo una mierda –decía Llari secando sus lágrimas con la manga derecha de su chompa, era fines de julio.

–Sabes que no podemos hacer nada, no quiero que te vayas mal, tienes que estar tranquila, y ponerle lo mejor a tu nueva vida. Vas a ir a un nuevo colegio, una nueva sociedad, tienes que adaptarte Llari, no quiero que lo pases mal –le decía Sofía con suavidad y la jalaba para que se sentaran juntas, tal vez, por última vez en esa banca.

Illari suspiró, de su morral sacó una bolsita de seda azul y se la dio a Sofía –toma, espero que te guste –le dijo intentando formar una sonrisa. Sofía cogió la bolsa, la abrió y de ella sacó una cadenita con un dije de estrella. Sofía miró a Llari –y esto? –dijo sonriendo.

–Siempre me dices que voy a ser una gran estrella, que soy tu estrella y sé que me vas a extrañar tanto como yo a ti, así que tal vez esto alivie un poco eso –le dijo Illari, tomando la cadenita y poniéndosela en el cuello. Sofía sonreía, pero ya no evitaba que las lágrimas caigan por sus mejillas.

–Nunca he conocido a nadie más terco que tú, cholita, yo estoy segurísima de que vas a ser lo que quieres ser, no te vas a conformar con menos de eso –dijo Chofi, acariciando el dije y le dio un abrazo.

–Ya está, no más llanto –dijo Illari y se pasaba las manos por los ojos –es nuestra despedida y tiene que ser cantando. Sofía sonrió.

Siguieron en la plaza cantando y bailando, haciendo sus últimas locuras juntas, pero el tiempo apremiaba y se debían despedir, ellas lo sabían, pero ninguna quería dar el primer paso. Sofía miro hacia el cielo y dijo –sabes, tal vez no sea tan malo, creo que es tu destino – y la miró. Llari la observaba sin entender.

–Cómo mi destino, no entiendo –decía contrariada.

–Illari nombre quechua que significa amanecer, resplandeciente, tal vez este sea tu nuevo amanecer para que esa estrella que llevas dentro pueda resplandecer.

Llari intentó hablar, pero Chofi le puso un dedo en los labios en señal de que se callara. –Sabes el roche que me da esto, pero la ocasión lo amerita –dijo, aclarando la garganta.

¿Por qué perder las esperanzas de volverse a ver?
¿Por qué perder las esperanzas de volverse a ver?
No es más que un hasta luego
No es más que un breve adiós
Adiós, adiós, un día quizás nos volvamos a encontrar

Illari la abrazó, se abrazaron, se prometieron muchas cosas, pero sobre todo que serían felices. Cada una tomó su camino.


Nota: Jipi Jay es una canción en ritmo afroperuano que muchos cantamos en la despedida de alguien querido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Expulsa tus ideas

Bailan conmigo


contador de visitas para blog