Ella llegó a la ciudad con muchas ilusiones, dos
maletas, un morral y una carpeta con todos sus papeles para inscribirse en la
facultad de economía. Siempre había sido buena en los estudios y la idea de
poder contribuir a mejorar su país hacía que el pecho se le ensanche de
orgullo.
Había viajado mucho, había vivido algunas temporadas en grandes ciudades del mundo, pero nunca a la "gran capital", como ella la llamaba, la sensación de vivir allí hacía que se paralice. Cerró los ojos un instante para respirar hondo,
en esa negrura pudo recordar a su madre sollozando el día que se marchó.
Sacudió la cabeza y se dijo, ya está! Hoy es otro día, hoy es otra vida.
Miró su reloj y bufó, el vuelo había llegado a tiempo,
pero no había nadie con un cartel para ella, ahora le tocaba esperar. Se sentó
en la tercera fila de la sala del aeropuerto, se colocó los audífonos y largó
un fuerte suspiro, odiaba esperar. Apretó los labios y esbozó una sonrisa: Tiempo al tiempo empezó a sonar.
Se deslizaba en el asiento, se enderezaba, se ponía de
lado, se paraba, revisaba el reloj, se sentaba, colocó la cabeza entre sus
piernas y se maldijo por haber olvidado el celular y no tener monedas.
En ese ínterin una muchacha morocha, de estatura
mediana, llegaba agitada a la entrada del aeropuerto. Revisó el reloj y corrió
hacia la puerta de llegadas. De su mochila sacó una cartulina azul marino en
cuyo centro había escrito Sofía.
Lo único que Marlen sabía de Sofía era que venía de un
pueblo cafetalero, que su familia tenía dinero y que sería su nueva roommate.
Cuando le dieron esta última noticia, a Marlen no le cayó nada bien, era ella
de una familia de clase media baja y le había costado horrores poder lograr
entrar a esa universidad. No le parecía justo que la gente rica, venga del
pueblo que sea, también puedan entrar pudiendo pagarse una privada. Para
Marlen, Sofía sólo le estaba quitando posibilidades a alguien que de verdad lo
necesitaba.
La universidad tenía dormitorios para los chicos que
eran becados* y, por reglamento, un alumno de capital debía compartir habitación
con alguien de provincia, éste era el caso de Marlen y Sofía.
Marlen estaba parada junto a la salida de pasajeros
con los brazos, ya, cansados de tener el cartel y ni sombras de Sofía. Quiso
llamarla al celular, ¡mierda! No tengo saldo, dónde se habrá metido ésta
tarada, Dios, ahora no tomó el vuelo correcto y estoy como estúpida esperando! –bufó.
Sofía se puso los lentes de sol, tomo sus maletas y
salió de la sala, estaba agotada y furiosa, no entendía por qué no habían ido
por ella, por qué las personas eran tan irresponsables. Lo único que le quedaba
era tomar un taxi, pedir que la lleven hasta la universidad y exigir una
explicación.
Acercándose a la fila de los carros amarillos, decidió
echar un vistazo a la sala de arribos, se acercó –pero que tonta, si no conozco
a quien me va a venir a buscar –se dijo resoplando.
Harta de esperar Marlen acudió a su último recurso,
contó hasta tres y empezó ¡Sofía, Sofía! ¡Sofía Lazarte ¿estás por aquí? –gritaba
sin parar, la gente la miraba asombrada. Cuando escuchó su nombre, Sofía
levantó la cabeza y se puso como un tomate, no podía creer que había una mujer
vestida como loca gritando en medio del aeropuerto y por ella, que me trague la tierra, deseó con toda
su alma.
Marlen se percató de la chica petrificada en la entrada
de la sala, los ojos se le pusieron como platos y se acercó. ¿Sofía? –preguntó con
incredulidad. La otra muchacha asintió con la cabeza, todavía en shock por lo
que acababa de pasar. ¿tú eres Sofía Lazarte? – volvió a asentir, -¿me estás
jodiendo? –replicó Marlen. Un poco harta de la situación, Sofía se sacó los
lentes de sol y la miró a los ojos indignada –soy Sofía Lazarte, Chofi para los
amigos, pero como no creo que eso llegue a pasar, soy, simplemente, Sofía y tú
debes ser Marlen Palomino, ¿verdad? –Marlen no sabía que decir, no sabía si
estaba molesta o avergonzada, sólo asintió. Bueno Marlen, un placer –dijo con
ironía, ¿nos vamos?, Marlen no decía nada, ¡hey! ¡despierta!, Marlen se
sobresaltó, sí vamos, vamos –fue lo único que pudo decir.
Subieron las maletas al taxi y de inmediato, Sofía se
colocó en el asiento detrás del copiloto y puso el seguro. Marlen arqueó una ceja
y subió por la otra puerta. Ambas iban mirando hacia el frente, ninguna se
animaba a decir nada. El chofer veía las caras de ambas chicas y no se animó a
poner música. Sofía se volvió a colocar los audífonos y Marlen cerró los ojos, tiempo
al tiempo, volvió a sonar…
Continuará...
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