Sofía
trataba de dormir, daba vueltas en la cama, extrañaba su amplia king size con
almohadas de plumas de ganso, eran tan suavecitas, pensaba mientras le pegaba a
la piedra en la que tenía apoyada la cabeza. Mira hacia el techo, coloca las
manos detrás de su cabeza, cierra los ojos y suspira. Pasan los minutos. Abre
los ojos, mira el reloj, sólo habían pasado 5 minutos, muerde la colcha
ahogando un grito para que Marlen no se moleste. Sonríe –quién iba a decir que
a la loca le gustan los ositos de peluche –dijo y soltó una carcajada, se llevó
la mano a la boca tratando de callar la risa, pero el imaginar a esa chica
abrazando un osito era muy surreal.
Marlen
Antonia Palomino Cáceres (sí, Antonia) era una chica de 1.60 cm, no era gorda,
pero tampoco flaca, tenía sus rollos y no hacía ningún tipo de intento de
acabar con ellos. Ella era feliz así. Siempre vestía con estilos mezclados
hippie, yupi, grupi y, a veces, groovy. Era de clase media, vivía en un barrio del
populoso cono norte y estudió en un colegio nacional cerca a su casa. Siempre
fue estudiosa y su sueño era ingresar a la UCAP. Sus padres, una técnica de
enfermería y un operario de la fábrica de fierros, le habían enseñado que todo
en la vida cuesta, que a ellos nada les iba a caer del cielo. Le ensañaron a
respetar y a valorarse, pero nunca pudieron quitarle ese pequeño resentimiento
hacia las personas con dinero. Marlen nunca pasó carencias, pero siempre
maldijo su suerte por estudiar en una escuela tan básica, sus padres no podían
pagarle otros estudios. Marlen tenía el cabello negro, grueso y esponjoso un
poco más abajo de los hombros, de tez clara y ojos negros. Para ella, la gente
se dividía en los que tienen plata y los que no, los que tienen la vida fácil y
los que no, los que son como Sofía y los que son como ella.
Sofía hizo
una mueca, eran las dos de la mañana y ella sin poder dormir. Deseaba que Yacu,
su bóxer color miel, se recostara a su lado, sentirse segura y conciliar el
sueño, pero no, no estaba Yacu, no era su cama, no era su casa. Las 4 de la
mañana, Sofía se durmió.
Toc,toc,toc…toc,toc,toc, Sofía, te buscan!!! –gritaba Marlen, nadie
respondió, Toc,toc,toc…toc,toc,toc, levántateeeeeeeeee!!!
–volvió a gritar, cuando iba a golpear la puerta, ésta se abrió –qué??? Por
qué tanto alboroto? –dijo Sofía entre bostezos –son las ocho de la mañana –no
paraba de bostezar. –Mira yo no soy tu secretaria, así que sal y arregla tus
asuntos, ahí te buscan en la sala –dijo Marlen y se metió a su cuarto.
Se refregó
los ojos, pero no paraba de bostezar, caminó somnolienta hacia la sala y abrió
los ojos como platos frenándose en el umbral –quién eres? –dijo tímida al
hombre. –Hola me llamo Ramiro, soy uno de los coordinadores y hoy voy a ser tu
guía de grupo para el paseo por la residencia, sólo venía a avisarte que a las
nueve y treinta debes estar en el hall para iniciar el recorrido –le dijo y
sonrió. –Recorrido? Es obligatorio? Tengo sueño? –dijo sin parar de bostezar.
–Hum, veo que no has leído las indicaciones para los recién llegados, el
recorrido es obligatorio, así como que el desayuno se sirve de ocho a ocho y
treinta, y me parece que hoy lo pierdes –rió – te espero en el hall, ah, ponte
ropa cómoda –dijo divertido y se fue. Sofía encogió los hombros y volvió a la
cama, quería dormir, pataleó sobre la cama y se paró de ella. Tomó sus cosas,
se duchó, vistió y salió para ver si corría con suerte y alcanzaba el desayuno.
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