Cuando las chicas se conocieron en Piura se hicieron
amigas de inmediato, Llari llegaba al colegio trasladada de Lima y la única que
se había atrevido a hablarle fue Sofía. Era un colegio religioso, muy estricto
y con chicas muy remilgadas. Sofía vio en Illari a la amiga que necesitaba para
sobrellevar el ambiente sofocante de la alta sociedad piurana.
Cuando se permitieron conocerse, Sofía sabía que no se
había equivocado, que Llari era a quien había estado buscando y viceversa. Las
familias de ambas hacían negocios así que los problemas de adultos no las
alcanzaban. Se pasaban los fines de semana en casa de una o de la otra,
paseaban por los cultivos, jugaban con los hijos de los campesinos, para ellas
las distinciones de “clases” las dejaban para otra gente, ellas habían crecido
con esos chicos y, por lo tanto, eran iguales.