Ella llegó a la ciudad con muchas ilusiones, dos
maletas, un morral y una carpeta con todos sus papeles para inscribirse en la
facultad de economía. Siempre había sido buena en los estudios y la idea de
poder contribuir a mejorar su país hacía que el pecho se le ensanche de
orgullo.
Había viajado mucho, había vivido algunas temporadas en grandes ciudades del mundo, pero nunca a la "gran capital", como ella la llamaba, la sensación de vivir allí hacía que se paralice. Cerró los ojos un instante para respirar hondo,
en esa negrura pudo recordar a su madre sollozando el día que se marchó.
Sacudió la cabeza y se dijo, ya está! Hoy es otro día, hoy es otra vida.
Miró su reloj y bufó, el vuelo había llegado a tiempo,
pero no había nadie con un cartel para ella, ahora le tocaba esperar. Se sentó
en la tercera fila de la sala del aeropuerto, se colocó los audífonos y largó
un fuerte suspiro, odiaba esperar. Apretó los labios y esbozó una sonrisa: Tiempo al tiempo empezó a sonar.
Se deslizaba en el asiento, se enderezaba, se ponía de
lado, se paraba, revisaba el reloj, se sentaba, colocó la cabeza entre sus
piernas y se maldijo por haber olvidado el celular y no tener monedas.